a X, Y, H, M y R.
Duele el olvido. Estela tiene astillas de intrascendencia que no la dejan dormir. Por las noches, lee con sus manos insospechados textos en Braille que el olvido escribe en su cuerpo.
Hace tiempo encontró un haikú en su nuca que entre más releía, más fuego la hacía sentir cerca de su boca. En otra ocasión, desabrochándose la blusa, imaginó su pecho: un libro para ciegos que se abría a la mitad. Leyó una canción larguísima que era pronunciada en otro idioma, y más o menos decía cosas que Estela intuyó se referian a las llamas del infierno, pero no quiso indagar más. Al siguiente día cuando se le ocurrió volver abrir el libro en la misma página, ya no encontró esa canción, sino las instrucciones para leer el bajo vientre.
A Estela le parecía que todo su cuerpo era un tesoro literario, una obra maestra encuadernada con hilos de soledad. Podía revivir inenarrables historias de guerra, traiciones, amor, dolor y compasión. Inclusive llegó a leer el guión de una película que en ese entonces se sabía censurada. Fue así que reconoció su capacidad para memorizar lo que su piel contenía. No hay pasajes iguales. Se cuestionó de dónde sacaba el olvido tantas letras para ciegos.
Llegó un momento en que no quiso saber más de lecturas para quienes no ven. Utilizó una lámpara para explorar, necesitaba ver los textos. Entonces vislumbró las instrucciones para prepararse un coctel de frutas.